EL ASESINO
Siguió con su
Peugeot 205 blanco hasta el final de la calle para poder dar la vuelta sin maniobrar
demasiado. De regreso, una de las ruedas delanteras del coche se montó
ligeramente sobre el bordillo y al hacerlo, el anciano al que apenas se le veían
las gafas y la nariz por encima del volante, dio un par de botes sobre el
asiento. Los dos policías se encontraban en aquel momento frente a la entrada
porque habían salido a despedirle, y éste les agradeció el gesto haciendo sonar
el claxon un par de veces mientras decía adiós con la mano.
- ¡Madre mía! Qué
peligro tiene conduciendo hasta casa... Menos mal que apenas se encontrará
tráfico…
- Menos mal, sí…
- Pobre hombre…
Estaba muerto de miedo.
- Joder y tanto…
Oye, ¿de verdad crees que ha sido buena idea seguirle la corriente con toda esa
historia del asesinato? Puede que lo único que hayamos conseguido es alimentar
su paranoia…
- ¡Uf!, no lo
sé… Puede ser, pero ojalá que no…. Espero que hacerlo no haya empeorado
las cosas… De todas maneras le vendrá bien hablar con alguien, vivir solo tiene
que ser muy duro, y más en estas circunstancias... Con esto al menos hemos
conseguido que prometa llamar para tenernos al corriente de todo. Si él no lo
hace lo haremos nosotros.
El anciano condujo
despacio de vuelta a casa, aparcó a varios metros de la entrada de su edificio
e hizo el camino hasta el portal con la vista fija en el suelo. Comprobó de
nuevo como aquella pequeña zona de la acera seguía extrañamente limpia si se la
comparaba con el resto, y antes de entrar a su edificio comprobó también que
en el viejo local abandonado de en frente todo permanecía en calma. Su vivienda
estaba situada en planta baja, por lo que únicamente tuvo que recorrer un
pequeño pasillo hasta llegar a casa. Después de entrar cerró la puerta con dos
vueltas de llave, y al hacerlo fue consciente de que por primera vez en todas
aquellas semanas de encierro obligatorio, había sentido su casa como lugar
seguro y no como una jaula, y eso le reconfortó. Colgó el abrigo y dejó los
zapatos en la entrada y después de lavarse las manos y la cara a conciencia con
jabón se fue hasta la cocina para preparar café.
Eran casi las
ocho y no tenía apetito pero sabía que debía comer algo; además, se había
librado de gran parte de la tensión que le había atenazado durante todo el día y
el sentirse más tranquilo también le había hecho darse cuenta de lo realmente
cansado que estaba. Si en algo había que darles la razón a los dos policías era en
que debía esforzarse por descansar y alimentarse bien, por lo que decidió
preparar también algo rápido para cenar.
La cena y el
café le sentaron bien, tenía menos sueño y pensaba con mayor claridad, y en
ese nuevo estado de lucidez y energías renovadas repasó su encuentro con los
policías, pensó en la reprimenda que le había caído por saltarse el
confinamiento y en que realmente ellos no habían creído su historia, únicamente
habían fingido hacerlo... Pero lo entendía, al menos se habían molestado en darle
sus números de móvil y habían tomado nota también del suyo y de su fijo de
casa. Le habían hecho prometer además que llamaría todos los días hubiese o no
novedades, una vez a mediodía y otra de noche, Aunque esto último no tuviese pensado hacerlo, no les molestaría a menos que hubiese algo importante que
contar.
Pasadas las
nueve, cuando ya se había hecho completamente de noche, apagó la luz de la
sala, colocó una silla al lado de la ventana y se sentó dispuesto a comenzar la guardia. La luz de las farolas iluminaba la calle, e incluso tras las cortinas
podría ver lo que ocurría fuera sin ser visto. Todo estaba tranquilo y puede que
esa noche no llegase a pasar nada, pese a ello estaba convencido de que lo más sensato
era vigilar de todas formas. Trataba de mantenerse atento pero a su cabeza
regresaban algunas de las imágenes de la noche anterior: el hombre y la mujer
entrando en el bajo abandonado. La música. Los golpes. Después silencio. El
hombre saliendo solo y pasadas casi tres horas. La pequeña bolsa negra que el
hombre llevaba en la mano al salir. La mancha oscura que la bolsa había dejado
sobre la acera y que había obligado al hombre a volver para limpiarla. Y
finalmente, el silencio de nuevo. En realidad no podía asegurar que allí hubiese
pasado algo, no había visto nada ni tenía prueba alguna, pero estaba seguro de haber
hecho lo correcto al informar a la policía de todo.
Después de
aproximadamente una hora de vigilancia el anciano escuchó un ruido de motor lejano, y momentos después desde el fondo de la calle, le llegó la luz de los faros de
un coche. Las piernas habían empezado a temblarle y trató de tranquilizarse
respirando despacio y profundamente; se colocó con la espalda todavía más recta
en la silla y apoyó las manos sobre las rodillas para tratar de controlar el
temblor. El mismo hombre de la noche anterior volvía a pasar en dirección al viejo
local y de nuevo se metía dentro cerrando con llave. Escuchó otra vez golpes,
después silencio y alrededor de media hora más tarde le vio salir y cerrar con
llave mientras sostenía otra pequeña bolsa de basura. Con la
intención de ver con más claridad la bolsa, esperó a que el hombre hubiese
pasado de largo caminando para abrir unos centímetros la ventana y asomar
ligeramente la cabeza. Cuando apenas llevaba unos segundos mirando, el teléfono
de casa sonó con fuerza. El hombre se paró en mitad de la acera y se giró para
mirar en la dirección del ruido. Al hacerlo pudo ver la cabeza del anciano
camuflada entre las cortinas.
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