miércoles, 17 de agosto de 2022

091


4º izquierda de la calle Parla nº 20.

19:02 del 12 abril

Al llegar al rellano todo está en silencio. No encuentran ningún timbre, por lo que dan un par de golpes en la puerta. Después de unos segundos pueden ver luz tras la mirilla.

—¡Policía! ¡Hagan el favor de abrir! —La puerta se abre lentamente, tras ella asoma la cabeza de un hombre que no tendrá más de 50 años.

—¿Ha pasado algo? —pregunta este.

—¿Le importa que pasemos? ¿Está usted solo?

—No… Mi madre está en casa, está durmiendo... —contesta el hombre mientras termina de abrir a regañadientes─. Les agradecería que no hablasen muy alto... 

Los dos policías entran en el  piso. Es viejo como anticipaba la fachada. Está oscuro y huele a humedad y a pesar de la hora que es, el hombre viste bata y pijama. Desde la entrada de la casa, que funciona también como pasillo central, puede verse la sala a través de una de las puertas entreabiertas. Sobre un sofá tapizado de flores y con la cabeza apoyada sobre el tapete blanco que lo cubre, está sentada una anciana que efectivamente duerme. Tiene los ojos cerrados y la boca abierta, por encima del ruido del televisor encendido pueden escucharse sus ronquidos. Sobre su regazo duerme también un gato regordete y viejo.

—¿Qué es lo que ocurre? —vuelve a preguntar el hombre. Está pálido y parece un poco nervioso.

—Hemos recibido la llamada de un vecino. Nos ha informado de un posible altercado en esta vivienda. ¿Le importa que echemos un vistazo?

—No, por supuesto que no… Perdonen el desorden, mi madre está mayor y yo estoy bastante enfermo... —dice el hombre mientras se aparta para dejarles pasar.

—No hay nada que disculpar, tranquilo —contestan.

El hombre vuelve a cerrar la puerta de la entrada. Mientras lo hace, los policías pueden darse cuenta de que mueve con mucha torpeza el lado derecho de su cuerpo y de que tiene dificultades para caminar. Los dos policías recorren la casa abriendo todas las puertas y al terminar comprueban, como les ha dicho el hombre, que no hay más personas que él y su madre en la vivienda.

—Bien, está todo tranquilo —dice uno de ellos—. Disculpe que le hayamos molestado, pero hemos recibido el aviso de que desde una de las ventanas de esta vivienda podría haberse arrojado un objeto de cristal. ¿Sabe usted de qué se puede tratarse?

—Vaya… Disculpe, sí… —contesta el hombre en tono nervioso-. Puede que… Puede que se haya caído un vaso que teníamos al lado de la ventana… —Los policías le miran con extrañeza—. Tenemos un gato que es el mismísimo demonio ─continúa diciendo.

—Está bien caballero, no le molestamos más. Pero la próxima vez intente no dejar ese tipo de objetos al alcance su mascota. Podía haberse hecho daño alguien, por suerte no ha sido así. Lleve cuidado, haga el favor…

Los policías saben que el objeto de cristal del que hablan no ha caído simplemente, sino que se ha estampado contra una de las paredes del patio. Pero en la casa no han encontrado nada fuera de lo normal y como el incidente no ha tenido más consecuencias que unos cristales rotos en el fondo del patio y un vecino sobresaltado, decidirán dejar correr el asunto.

 

4º izquierda de la calle Parla, nº 20.

17:50 del 12 abril

—… El pelaje tostado de los adultos es perfecto para camuflarse en las secas llanuras africanas. Los félidos son unos maestros del camuflaje… Con manchas o con rayas tienen la extraordinaria capacidad de ocultarse de la vista de todos. Lo que les permite acercarse a las presas…

Mientras permanece atento a la tele y su madre duerme con el gato sobre el regazo, al hombre le parece escuchar la risa de alguien. Se gira hacia su madre pero comprueba que la mujer sigue durmiendo, por lo que vuelve  a dirigir la vista hacia la tele. Pocos minutos después escuchará otra carcajada. Esta vez ha sido más fuerte y se ha escuchado más cerca, así que baja el volumen del televisor y aguza el oído.

—¡Eres un desgraciado! —escucha ahora. El hombre mira a un lado y luego al otro. Sobre una de las mesitas del comedor hay un vaso con agua y una dentadura postiza, que ahora se ríe de nuevo y repite—: ¡Eres un desgraciado!


viernes, 8 de enero de 2021

LA EQUIVOCACIÓN

 


He terminado la videollamada con la familia y vuelvo al silencio de mi pequeño apartamento. Puede que ahora esté todavía más deprimida de lo que lo estaba antes de esta cena virtual de Noche Buena. El “mejor esto que nada” no ha tenido mucho sentido, al menos para mí. Aunque a mi familia le he mentido vilmente, por supuesto. He fingido estar alegre, creo que a la perfección, y he repetido siempre que la ocasión lo requería los socorridos “al menos nos vemos así”, “lo importante es que estemos todos sanos”, “esta cena es una cena más”, etc. Por desgracia este teatrillo no ha llegado a convencerme a mí. Ni me ha salvado de sentirme ahora todavía más triste de lo que ya estaba. Además, para que no se me olvide esta sensación de abandono en la que me encuentro ahora, desde todas las casas vecinas me llegan rumores de risas y gritos, de tintineos de copas y platos.

Todavía es temprano pero tengo mucho sueño. Me siento débil y un poco mareada, así que apoyo la cabeza sobre la mesa para descansar tan solo un rato antes de levantarme. Casi al lado de la cara tengo mi copa y una botella de champán prácticamente vacía. Verlas me está aumentando el dolor de cabeza y revolviéndome el estómago, así que me giro para mirar en la otra dirección. Ahora tengo frente a mí uno de los espejos de la entrada. Puedo verme reflejada y la estampa no es para nada reconfortante. Sigo teniendo delante el plato con las sobras de la cena y por detrás de mi cabeza asoman la copa y la botella de champán a modo de cuernos asimétricos y marcianos. Reconozco el patetismo de la estampa, y en cualquier otra ocasión me hubiese incorporado instantáneamente, pero ahora mismo me faltan las fuerzas, así que sencillamente no me muevo y me resigno a formar parte de ese bodegón costumbrista y lamentable.

Desde aquí también puede verse el árbol reflejado. Lo he dejado francamente bonito, con sus bolas y sus espumillones brillantes. Con sus luces parpadeando sin piedad y sus adorables muñequitos colgados. Quizá desde fuera, para esa gente que aún camina a estas horas por la calle, esta sea la ventana de una casa más llena de gente feliz. Me siento como una impostora porque no es así, y me planteo que lo honesto sería salir a la ventana con mi copa a gritarle al barrio la verdad y terminar brindando a la salud de todos, pero definitivamente me falta valor.

Bajo el árbol están los regalos. Salta a la vista el esmero con que los he envuelto y colocado. Me he escogido unos bonitos detalles que espero me animen un poco mañana. Mientras me recreo con el cuidado que le he puesto al encuadre, el encaje y a la combinación de colores de las cajas de regalo me doy cuenta de que una de las figuritas del árbol se ha caído al suelo. Se trata de un pequeño conejo de peluche vestido con una bufanda y un gorro de Papa Noel  que ha ido a parar muy cerca de los regalos. Diría que me está mirando. Percibo, incluso, tristeza en esa mirada. Así que saco fuerzas para levantar la cabeza de la mesa y ponerme de pie y me giro en dirección al árbol con la intención de devolverle a su lugar. Lo busco por todas partes pero no le encuentro, cosa que me extraña mucho. Así que vuelvo a mirar en dirección al espejo y compruebo que ahí sigue, mirándome de forma lastimera igual que antes.

Me acerco al espejo para verle más de cerca. Tiene la vista clavada en mí y ahora que estoy casi a su lado puedo escuchar como gimotea y tiembla. Siento todavía más lástima y me agacho tratando de acercar mi imagen a la suya. Muevo mi mano en el aire de manera que el reflejo acaricie su pequeña cabeza. Sé que lo consigo porque el animal se estremece y sonríe. He podido notar en mi mano además la suavidad de su pelo. “Tranquilo, no estés triste”, le digo. Percibo felicidad en su cara y me siento francamente bien. Mientras sigo mirando nuestras imágenes observo que el pequeño conejo me hace señas para que me acerque más, y sin que yo me haya movido puedo ver como mi imagen se acerca más a él. El pequeño animal le dice algo al oído pero yo no escucho nada. Me incorporo de golpe con la esperanza de que mi reflejo haga lo propio, pero no se mueve. Sigue atendiendo a lo que el pequeño conejo tiene que decirle. Durante unos segundos no puedo reaccionar y simplemente sigo mirando. Cuchichean y se ríen. Cuando terminan de hablar, mi yo del espejo se tumba en el suelo y el pequeño conejo me mira ahora a mí, sonríe y se echa a caminar en dirección a la cocina. Le sigo con la mirada hasta verle desparecer por uno de los ángulos de la sala que el espejo ya no recoge.

Apenas un minuto después le veo volver, trae a rastras un juego de cuchillos de cocina. Mi imagen parece dormir con los ojos abiertos, yo no entiendo nada y empiezo a sentir pánico. Trato de colocarme en la misma posición en la que se encuentra mi reflejo con la esperanza de volver a tener el control sobre ese cuerpo. Creo que consigo recrear bien la escena porque segundos después tampoco yo puedo moverme por más que lo intento. Quiero hablar o gritar y tampoco lo consigo. Como me he quedado con la mirada clavada en el techo, hace rato que he perdido de vista al conejo. Sé que todavía sigue cerca, le escucho de vez en cuando reír y hablar en un idioma que no soy capaz de identificar.


Relato presentado al concurso "Una Navidad diferente" de Zenda.


091

4º izquierda de la calle Parla nº 20. 19:02 del 12 abril Al llegar al rellano todo está en silencio. No encuentran ningún timbre, por lo que...