viernes, 8 de enero de 2021

LA EQUIVOCACIÓN

 


He terminado la videollamada con la familia y vuelvo al silencio de mi pequeño apartamento. Puede que ahora esté todavía más deprimida de lo que lo estaba antes de esta cena virtual de Noche Buena. El “mejor esto que nada” no ha tenido mucho sentido, al menos para mí. Aunque a mi familia le he mentido vilmente, por supuesto. He fingido estar alegre, creo que a la perfección, y he repetido siempre que la ocasión lo requería los socorridos “al menos nos vemos así”, “lo importante es que estemos todos sanos”, “esta cena es una cena más”, etc. Por desgracia este teatrillo no ha llegado a convencerme a mí. Ni me ha salvado de sentirme ahora todavía más triste de lo que ya estaba. Además, para que no se me olvide esta sensación de abandono en la que me encuentro ahora, desde todas las casas vecinas me llegan rumores de risas y gritos, de tintineos de copas y platos.

Todavía es temprano pero tengo mucho sueño. Me siento débil y un poco mareada, así que apoyo la cabeza sobre la mesa para descansar tan solo un rato antes de levantarme. Casi al lado de la cara tengo mi copa y una botella de champán prácticamente vacía. Verlas me está aumentando el dolor de cabeza y revolviéndome el estómago, así que me giro para mirar en la otra dirección. Ahora tengo frente a mí uno de los espejos de la entrada. Puedo verme reflejada y la estampa no es para nada reconfortante. Sigo teniendo delante el plato con las sobras de la cena y por detrás de mi cabeza asoman la copa y la botella de champán a modo de cuernos asimétricos y marcianos. Reconozco el patetismo de la estampa, y en cualquier otra ocasión me hubiese incorporado instantáneamente, pero ahora mismo me faltan las fuerzas, así que sencillamente no me muevo y me resigno a formar parte de ese bodegón costumbrista y lamentable.

Desde aquí también puede verse el árbol reflejado. Lo he dejado francamente bonito, con sus bolas y sus espumillones brillantes. Con sus luces parpadeando sin piedad y sus adorables muñequitos colgados. Quizá desde fuera, para esa gente que aún camina a estas horas por la calle, esta sea la ventana de una casa más llena de gente feliz. Me siento como una impostora porque no es así, y me planteo que lo honesto sería salir a la ventana con mi copa a gritarle al barrio la verdad y terminar brindando a la salud de todos, pero definitivamente me falta valor.

Bajo el árbol están los regalos. Salta a la vista el esmero con que los he envuelto y colocado. Me he escogido unos bonitos detalles que espero me animen un poco mañana. Mientras me recreo con el cuidado que le he puesto al encuadre, el encaje y a la combinación de colores de las cajas de regalo me doy cuenta de que una de las figuritas del árbol se ha caído al suelo. Se trata de un pequeño conejo de peluche vestido con una bufanda y un gorro de Papa Noel  que ha ido a parar muy cerca de los regalos. Diría que me está mirando. Percibo, incluso, tristeza en esa mirada. Así que saco fuerzas para levantar la cabeza de la mesa y ponerme de pie y me giro en dirección al árbol con la intención de devolverle a su lugar. Lo busco por todas partes pero no le encuentro, cosa que me extraña mucho. Así que vuelvo a mirar en dirección al espejo y compruebo que ahí sigue, mirándome de forma lastimera igual que antes.

Me acerco al espejo para verle más de cerca. Tiene la vista clavada en mí y ahora que estoy casi a su lado puedo escuchar como gimotea y tiembla. Siento todavía más lástima y me agacho tratando de acercar mi imagen a la suya. Muevo mi mano en el aire de manera que el reflejo acaricie su pequeña cabeza. Sé que lo consigo porque el animal se estremece y sonríe. He podido notar en mi mano además la suavidad de su pelo. “Tranquilo, no estés triste”, le digo. Percibo felicidad en su cara y me siento francamente bien. Mientras sigo mirando nuestras imágenes observo que el pequeño conejo me hace señas para que me acerque más, y sin que yo me haya movido puedo ver como mi imagen se acerca más a él. El pequeño animal le dice algo al oído pero yo no escucho nada. Me incorporo de golpe con la esperanza de que mi reflejo haga lo propio, pero no se mueve. Sigue atendiendo a lo que el pequeño conejo tiene que decirle. Durante unos segundos no puedo reaccionar y simplemente sigo mirando. Cuchichean y se ríen. Cuando terminan de hablar, mi yo del espejo se tumba en el suelo y el pequeño conejo me mira ahora a mí, sonríe y se echa a caminar en dirección a la cocina. Le sigo con la mirada hasta verle desparecer por uno de los ángulos de la sala que el espejo ya no recoge.

Apenas un minuto después le veo volver, trae a rastras un juego de cuchillos de cocina. Mi imagen parece dormir con los ojos abiertos, yo no entiendo nada y empiezo a sentir pánico. Trato de colocarme en la misma posición en la que se encuentra mi reflejo con la esperanza de volver a tener el control sobre ese cuerpo. Creo que consigo recrear bien la escena porque segundos después tampoco yo puedo moverme por más que lo intento. Quiero hablar o gritar y tampoco lo consigo. Como me he quedado con la mirada clavada en el techo, hace rato que he perdido de vista al conejo. Sé que todavía sigue cerca, le escucho de vez en cuando reír y hablar en un idioma que no soy capaz de identificar.


Relato presentado al concurso "Una Navidad diferente" de Zenda.


domingo, 12 de abril de 2020

EL ASESINO


Siguió con su Peugeot 205 blanco hasta el final de la calle para poder dar la vuelta sin maniobrar demasiado. De regreso, una de las ruedas delanteras del coche se montó ligeramente sobre el bordillo y al hacerlo, el anciano al que apenas se le veían las gafas y la nariz por encima del volante, dio un par de botes sobre el asiento. Los dos policías se encontraban en aquel momento frente a la entrada porque habían salido a despedirle, y éste les agradeció el gesto haciendo sonar el claxon un par de veces mientras decía adiós con la mano.

¡Madre mía! Qué peligro tiene conduciendo hasta casa... Menos mal que apenas se encontrará tráfico…

Menos mal, sí…

—¿Pobre hombre! Estaba muerto de miedo.

Joder y tanto… Oye, ¿de verdad crees que ha sido buena idea seguirle la corriente con toda esa historia del asesinato? Puede que lo único que hayamos conseguido es alimentar su paranoia…

¡Uf!, no lo sé… Puede ser, pero ojalá que no…. Espero que hacerlo no haya empeorado las cosas… De todas maneras le vendrá bien hablar con alguien. Vivir solo tiene que ser muy duro, y más en estas circunstancias... Con esto al menos hemos conseguido que prometa llamar para tenernos al corriente de todo. Si él no lo hace lo haremos nosotros.


El anciano condujo despacio de vuelta a casa. Aparcó a varios metros de la entrada de su edificio e hizo el camino hasta el portal con la vista fija en el suelo. Comprobó de nuevo como aquella pequeña zona de la acera seguía extrañamente limpia si se la comparaba con el resto. Y antes de entrar a su edificio comprobó también que en el viejo local abandonado de en frente todo permanecía en calma. Su vivienda estaba situada en planta baja, por lo que únicamente tuvo que recorrer un pequeño pasillo hasta llegar a casa. Después de entrar cerró la puerta con dos vueltas de llave, y al hacerlo fue consciente de que por primera vez en todas aquellas semanas de encierro obligatorio, había sentido su casa como lugar seguro y no como una jaula, y eso le reconfortó. Colgó el abrigo y dejó los zapatos en la entrada y después de lavarse las manos y la cara a conciencia con jabón se fue hasta la cocina para preparar café.

Eran casi las ocho y no tenía apetito pero sabía que debía comer algo. Además, se había librado de gran parte de la tensión que le había atenazado durante todo el día y el sentirse más tranquilo también le había hecho darse cuenta de lo realmente cansado que estaba. Si en algo había que darles la razón a los dos policías era en que debía esforzarse por descansar y alimentarse bien, por lo que decidió preparar también algo rápido para cenar.

La cena y el café le sentaron bien, tenía menos sueño y pensaba con mayor claridad, y en ese nuevo estado de lucidez y energías renovadas repasó su encuentro con los policías recostado en el sofá. Pensó en la reprimenda que le había caído por saltarse el confinamiento y en que realmente ellos no habían creído su historia, únicamente habían fingido hacerlo... Pero lo entendía, al menos se habían molestado en darle sus números de móvil y habían tomado nota también del suyo y de su fijo de casa. Le habían hecho prometer además que llamaría todos los días hubiese o no novedades, una vez a mediodía y otra de noche, Aunque esto último no tuviese pensado hacerlo, no les molestaría a menos que hubiese algo importante que contar.

Pasadas las nueve, cuando ya se había hecho completamente de noche, apagó la luz de la sala, colocó una silla al lado de la ventana y se sentó dispuesto a comenzar su guardia. La luz de las farolas iluminaba la calle, así que incluso tras las cortinas podría ver lo que ocurría fuera sin ser visto. Todo parecía tranquilo y puede que esa noche no llegase a pasar nada. Pese a ello estaba convencido de que lo más sensato sería vigilar de todas formas. Trataba de mantenerse atento pero a su cabeza regresaban algunas de las imágenes de la noche anterior: el hombre y la mujer entrando en el bajo abandonado. La música, los golpes y después el silencio. El hombre saliendo solo y pasadas casi tres horas. La pequeña bolsa negra que el hombre llevaba en la mano al salir. La mancha oscura que la bolsa había dejado sobre la acera y que había obligado al hombre a volver para limpiar. Y finalmente, el silencio de nuevo. En realidad no podía asegurar que allí realmente hubiese pasado algo. No había visto nada ni tenía prueba alguna, pero estaba seguro de haber hecho lo correcto al informar a la policía de todo. 

Después de aproximadamente una hora de vigilancia el anciano escuchó un ruido de motor lejano, y momentos después desde el fondo de la calle, le llegó la luz de los faros de un coche. Las piernas habían empezado a temblarle y trató de tranquilizarse respirando despacio y profundamente; se colocó con la espalda todavía más recta en la silla y apoyó las manos sobre las rodillas para tratar de controlar el temblor. Tras apenas un minuto que para él había resultado eterno, pudo ver cómo el mismo hombre de la noche anterior volvía a pasar en dirección al viejo local y de nuevo se metía dentro cerrando con llave. Escuchó otra vez golpes, después silencio y alrededor de media hora más tarde le vio salir y cerrar con llave mientras sostenía otra pequeña bolsa de basura. Con la intención de ver con más claridad la bolsa, esperó a que el hombre hubiese pasado de largo caminando para abrir unos centímetros la ventana y asomar ligeramente la cabeza. Cuando apenas había empezado a mirar desde su nueva posición, el teléfono de casa sonó con fuerza. El hombre se paró en mitad de la acera y se giró para mirar en la dirección del ruido. Al hacerlo pudo ver con claridad la cabeza del anciano iluminada por las farolas y camuflada entre las cortinas.


Relato finalista en el concurso "Historias de nuestros héroes" de Zenda.

091

4º izquierda de la calle Parla nº 20. 19:02 del 12 abril Al llegar al rellano todo está en silencio. No encuentran ningún timbre, por lo que...