—Hay cosas que no te he dicho nunca —dice mientras el
chaval que mantiene fija la vista en el móvil, parece no estar escuchándole ni
dándose cuenta de absolutamente nada de lo que pasa a su alrededor.
—Sé que al principio te dolía mucho —continua el
hombre—. Sí, tú lo interpretabas como falta de confianza. Pero lo hice…, lo
hice porque te admiro y te aprecio. No quiero recelos entre nosotros. En este
momento... —sin dejar que termine la frase el joven se levanta del banco,
aparta apenas unos segundos la vista del móvil para dedicarle una mirada de
desprecio y comienza a caminar alejándose y dejándole que hable solo mientras
termina la frase.
A pocos metros y en esa dirección, pasea una anciana
que no ha perdido detalle de la escena. Al llegar al banco se encuentra al
hombre ya en silencio, con los ojos puestos en el suelo y la frente apoyada
sobre las manos.
—Adolescentes… —dice mientras sonríe y se sienta su lado
ayudándose de un bastón.
Ha conseguido que el hombre levante la mirada de
nuevo. La observa mientras se sienta y espera a que esté acomodada para
contestar.
—Tienes que reemplazarme. Toma el mando —responde él.
La anciana se gira para mirarle y cuando lo hace el
hombre puede verse el gesto duro reflejado en los cristales de sus gafas de
sol.
—Si lo que ahora tengo en la cabeza se confirma, me
iré de aquí esta noche. Te doy plenos poderes, sobre Fredo y sus hombres,
Rocco, Neri, todos —continúa diciendo—. Y por supuesto, te confío las vidas de
mi mujer y mis hijos, el futuro de mi familia…
La mujer aparta la vista, se ajusta la pelliza y
contesta mientras abraza con fuerza el bolso:
—Van a cerrarme el supermercado…
—¡No les cogeremos! —replica él mientras la mujer se levanta prácticamente de
un salto y le dice adiós con la mano—. O mucho me equivoco o ya les han
liquidado. Se los cargó alguien próximo a nosotros. De dentro, muy muy asustado
por el fracaso…
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