EL VIAJE
Marcos ya se
encontraba acomodado en su asiento de ventanilla. Se había levantado muy
temprano para llegar con tiempo a la estación y había sido uno de los primeros
en subirse al autobús. Mientras veía cómo seguían entrando los demás viajeros
pensaba en su madre. Esa mañana se había levantado tan temprano como él “por si
necesitaba cualquier cosa” y había salido a despedirle a la puerta de casa y esperado hasta verle desaparecer tras la puerta del ascensor, mientras le
miraba orgullosa. Marcos no había tenido hijos, le costaba comprender en qué
clase de persona se convertía uno para sentir ese amor incondicional por ellos,
para seguir queriéndoles y mostrándose orgulloso pese a todo, igual que lo
había hecho su madre siempre.
In extremis se subió
al autobús un anciano alemán alto y corpulento que resultaría ser le compañero
de asiento de Marcos. Le saludó alegremente y ya en inglés le preguntó a dónde
iba. Este le respondería diciendo que sí con la cabeza, haciéndole entender
de esa manera que definitivamente no sería un gran conversador. Quizás por eso el anciano se pasó prácticamente
todo el trayecto durmiendo, Marcos en cambio permaneció despierto y mirando por
la ventanilla las más de seis horas que duró el viaje. El autobús llegó a
destino un poco antes de lo previsto, y después de coger sus respectivas
maletas Marcos y el alemán caminaron juntos y en silencio hasta la parada de
taxis. Antes de subirse a los respectivos coches el anciano se despidió de él con la misma efusividad con la que le había saludado. Marcos pensó que se trataba de una persona alegre y educada, pero se preguntaba si de no haber
llevado la mascarilla, el hombre habría actuado de la misma manera. Casi veinte
años de adicción le habían dejado marcado físicamente de forma
irreversible. Se le habían hundido las mejillas y había perdido buena parte de
la dentadura. La enfermedad que ahora tenía además, se empeñaba en seguir
haciéndole perder kilos y pelo. El taxi le dejó en la puerta del hotel y ya en
recepción dio sus datos y pagó las tres noches. Al igual que en el momento
previo a subirse al autobús, nadie le había pedido que se sacase la mascarilla,
cosa de la que se alegró.
Una vez en la
habitación, sacó toda su ropa de la maleta y la colocó. También del interior de
esta sacó una pequeña nevera de playa en la que se había traído algo de comida.
Hizo sitio en el repleto minibar sacando varias latas de refresco y la colocó
en su lugar. Cuando ya lo tenía todo organizado se dio una ducha y se cambió de
ropa. Después se preparó un par de sándwiches y se los comió junto con un zumo
mientras veía la tele. Había planeado aprovechar el día para conocer un poco la
zona, y aunque estaba cansado del viaje y tenía sueño, venció la tentación de
echarse la siesta y salió del hotel para callejear un rato.
Primero dio
varias vueltas por el centro, donde se encontraba el hotel, y después siguió
caminando durante un buen rato hasta llegar a la zona del puerto. Escogió uno
de los bancos del paseo marítimo desde el que podían verse algunos yates y
lanchas amarrados y se sentó. Soplaba un aire fresco muy agradable que traía un
fuerte olor a mar y se sentía estupendamente bien allí. Permaneció así sentado
casi dos horas, hasta que las farolas del paseo marítimo empezaron a encenderse
y después volvió al hotel caminando. Nadie le había ofrecido nada ni le habían
preguntado por ningún sitio cercano donde poder pillar algo, no era capaz de
recordar cuanto tiempo hacía que no le pasaba eso.
A las nueve de
la mañana del día siguiente ya estaba desayunando en una de las terrazas del
puerto. Se tomó su café y su bollo disfrutando del aire limpio y del silencio
de esas horas, el bar estaba vacío e incluso por la calle apenas se veía gente.
Volvió al hotel para dejar las cosas y ponerse el bañador para bajar a la
playa. Alrededor de las doce ya estaba de vuelta, en el poco tiempo que estuvo
fuera le habían llegado al grupo de whatsapp del centro un montón de mensajes.
Pudo leer por encima que el termo de la cocina se había estropeado. Después les
escribiría algo, había pensado comer fuera para celebrar su primer día de
vacaciones, todavía no se había duchado y tenía mucha hambre.
La propia calle
del hotel estaba llena de restaurantes y tascas, se decidió rápido por una de
las cercanas, se sentó en la terraza y esperó a que le atendiesen. Una de las
camareras tomó nota de lo que quería y colocó sobre su mesa un mantel de papel,
cubiertos y una cesta con pan. Volvió poco después para servirle la coca cola
que había pedido, junto con una tapa para abrir boca. Esperó a que la mujer se
fuese y ya sin mascarilla, Marcos se hizo un selfie para enviar al grupo y después
escribió “Parad de molestar”. Mientras le daba un trago a la bebida y se
lanzaba a por la primera de las patatas de su tapa, en el interior un hombre gordo
con aspecto de ser el dueño daba órdenes a la camarera mientras señalaba a
Marcos sin ningún tipo de reparo. Momentos después la camarera ponía la cuenta
sobre su mesa, “lo siento, pero tenemos
que cobrar antes de servir”. La vio avergonzada por lo embarazoso de la
situación y sintió lástima, se sacó el dinero del bolsillo mientras todavía
masticaba y lo colocó en el platillo. Cuando la camarera le dejó la vuelta en
la mesa junto con el primer plato empezaban a llegarle mensajes con comentarios
sobre la foto al grupo. Ojalá estuviese ahí, pensó. Dijo “gracias, bonita” a la
camarera mientras le guiñaba un ojo, recogió las monedas del platillo y se las
guardó.
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